Paola Uribe Arévalo
Hablar, leer o escribir acerca de agroecología en estos tiempos puede no ser una novedad, cada vez y con más frecuencia escuchamos este término, incluso en las políticas públicas y de salud que direcciona nuestra mirada a la producción de alimentos saludables. Sin embargo, la agroecología como filosofía de vida no es del todo una primicia. Actualmente trabajo con productoras y productores de caña de azúcar en transición agroecológica y puedo atestiguar que las y los productores no necesariamente se identifican con el término agroecología. Sin embargo, si les hablan del conocimiento empírico que se ha transmitido a lo largo de su historia, de las prácticas tradicionales heredadas de generación en generación por las familias campesinas, se sienten identificadas con experiencias y labores; principalmente resalta la relación con su tierra y con el territorio que habitan. Me gustaría hacer una invitación a detenernos ante la vorágine de argumentos teóricos que defienden la agroecología, para reflexionar un poco más acerca de la apropiación de este concepto y comencemos a entenderlo como un horizonte de vida, desde un enfoque integral.
Lastimosamente existe una tendencia elitista y patriarcal que está llevando el discurso de la agroecología a espacios donde, si bien se reconoce la importancia de este enfoque como alternativa a la pérdida de la agrobiodiversidad, no se cuestionan otras formas de dominación, los espacios de “especialistas” agroecólogos están llenos de relaciones machistas y jerarquías, esto es comprensible porque la sociedad misma tiene un cimiento patriarcal, lo que da como resultado concebir a la agroecología como una moda que invisibiliza su raíz, el origen, su dualidad integral. Desde una perspectiva feminista creemos que la agroecología no es solamente un método de producir alimentos de una manera diversificada. La historia de nuestros pueblos nos ha enseñado que la agroecología es una apuesta diversificada que encuentra forma de enlazar, de hacer simbiosis micorrízica no solo en los agroecosistemas, sino también en los tejidos sociales en la comunidad con enfoque de cuidado y bienestar colectivo, para lograr este horizonte es importante también en nuestras prácticas cotidianas, no solamente dedicarnos a producir, sino a deconstruir relaciones machistas, de descuido y de desvalorización del trabajo femenino.
Como madres de familia, amas de casa, y profesionistas, algunas veces nos da por considerar que no estamos generando acciones que nos permitan desarrollar nuestras capacidades como profesionistas; sin embargo, en el camino transitado hemos descubierto los valiosos aportes que como mujeres hacemos a la agroecología y a la soberanía alimentaria desde nuestros hogares y el cuidado de ellos. El quedarse en casa y sostener a la familia, permite que el sistema patriarcal reconozca los aportes a la agroecología solo desde la mirada de los promotores y no de quienes la sostenemos y hacemos posible: nosotras. Con todo esto, únicamente intentamos darle un lugar público a lo que durante tanto tiempo se ha quedado resguardado en lo doméstico.
El reto de ejercer profesión como técnica promotora y al mismo tiempo ama de casa, amplía la percepción y apropiación de la agroecología como una filosofía de vida que trastoca no solamente la forma en la que producimos y consumimos los alimentos, sino la forma en la que producimos la vida misma.
Mas allá de compartir conceptos agroecológicos, con este texto se pretende visibilizar los retos a los que nos enfrentamos las mujeres, madres, trabajadoras, campesinas, profesionistas. Como una forma de legitimar y dignificar nuestro trabajo cotidiano en el territorio que habitamos, para asegurar un futuro en el que las nuevas generaciones de mujeres no tengan que luchar por conseguir el reconocimiento en sus distintos espacios.
Y al mismo tiempo hacer una segunda invitación a no permitir que el Estado, la academia y el patriarcado se apropien del concepto de agroecología desvirtuándolo y elitizándolo. Aceptar la agroecología como un modo de vida implica una perspectiva femenina, que incluye las dimensiones del cuidado y la reproducción de la vida de una forma integral y sorora.