Año 2, número 10
Autora: Guadalupe Núñez de la Mora
Soy una niña que creció en un lugar rural, mis tardes después de la escuela eran ayudando a labores del campo acompañada de mi mamá, mi papá, mi hermano y mi hermana. En una sombra de un mezquite mi mamá nos llevaba agua fresca y algo de comer por si nos daba hambre mientras trabajábamos. Fueron tardes amenas, de lluvia, de calor, pero siempre con algo de trabajo. Pienso en mi historia como una muy común, fue mi realidad por mucho tiempo.
Fui creciendo y con una curiosidad natural quise salir del pueblo, quería vivir diferente, el trabajo del campo es duro y no siempre cosechas lo que esperas. Deje el pueblo para ir a la universidad. Llegar a la universidad abrió un mar de posibilidades, de conocimiento, y de cosas que se podían hacer diferente, pero siempre permaneció la necesidad de estar con la tierra, de ver la magia de crecer, de ver florecer las plantas. Entonces, la agricultura es una realidad y una constante en mi vida, he vivido en grandes ciudades, pero siempre con una maceta con alguna hierbita comestible formando parte de mis mudanzas.
Fui creciendo y con una curiosidad natural quise salir del pueblo, quería vivir diferente, el trabajo del campo es duro y no siempre cosechas lo que esperas. Deje el pueblo para ir a la universidad. Llegar a la universidad abrió un mar de posibilidades, de conocimiento, y de cosas que se podían hacer diferente, pero siempre permaneció la necesidad de estar con la tierra, de ver la magia de crecer, de ver florecer las plantas. Entonces, la agricultura es una realidad y una constante en mi vida, he vivido en grandes ciudades, pero siempre con una maceta con alguna hierbita comestible formando parte de mis mudanzas.
Me gusta el lugar donde estoy, con las cosas que he logrado, y me atrevo a considerar que haber crecido tan en contacto con la tierra tan directo, tan real fue lo que me ha traído hasta aquí. Actualmente realizo una maestría relacionada con la alimentación, donde se trabaja con un modelo que contempla como el primer momento de la alimentación, la producción, y decidí trabajar en ese aspecto, producir alimentos. De igual forma también me encuentro colaborando en un huerto urbano agroecológico en la ciudad donde vivo, el huerto es de un hombre en resistencia, quien en este momento da un lugar físico para soñar y trabajar, además de compartir su tierra comparte su amor y su sabiduría de la tierra, historias sobre todo su trabajo, sobres sus observaciones de la naturaleza me gusta escucharlo, mientras desyerbamos acelgas, bajo la sombra de un vástago del que cuelga un racimo de plátanos para cosechar en unos días más.
No quería dejar de estar ahí, así que propuse como proyecto de investigación actividades recreativas en el huerto, éstas, diseñadas para niños y niñas. El trabajar con los niños y niñas ha sido increíblemente lleno de aprendizajes y satisfacciones, ver como se sorprendían y escuchaban con atención cada instrucción y se maravillaban de todo lo que puede crecer a su alrededor.
Los niños y niñas de una manera muy natural se integraban al trabajo de cada sesión, además, si hay algo increíble que permite la agroecología es la generación de comunidad, hacerte consciente de las necesidades y observaciones de los otros seres que te acompañan en el mundo. Respetaban mucho los espacios de caminar ya que desde un principio y cada que era necesario se les hacía la instrucción de respetar el trabajo que ya alguien más había realizado. Al final de cada sesión se les ofrecía alimentos del huerto, para muchos fue la primera vez que aceptaron probarlos, todo porque habían visto donde había crecido
El realizar este trabajo me ha llevado a de alguna forma reforzar mi teoría que si crecen en contacto con el trabajo en la tierra tu curiosidad crece, tu capacidad de observar y maravillarte. El haber visto a todas las personas que participaron en este proceso de pasar tardes en el huerto, que al terminar las actividades pedían quedarse un poco más era gratificante, los adultos platicaban en la sombra de los árboles mientras que los niños y niñas caminaban y preguntaban más cosas.
Había algunos cultivos ya listos para cosechar, uno de estos cultivos eran uno chiles, que ya estaban bien rojos, la mayoría de los niños y niñas decidieron que los probarían, querían vivir la experiencia de cosecha así que muy valientes cortaron su chiles, algunos si los probaron otros solo los llevaron a su casa para cocinarlos, fue muy divertido porque todos estaban ahí muy dispuestos a enchilarse, pero cabe mencionar que era una variedad que no es muy picosa, así que los valientes que los probaron salieron triunfantes y muy felices de haberse atrevido.
Yo creía que todos los niños y niñas sabían cómo crecía su comida, pero no, al menos así fue con el grupo que trabaje, observar cómo todos estaban emocionados y sorprendidos de ver toda la variedad y los tipos de crecimiento que tienen las plantas, me hace reflexionar sobre la importancia de los espacios de producción abiertos a la comunidad, donde puedas ir a cosechar tu comida, saber de verdad en donde creció, ponerle un rostro a la persona que lo cuido, que lo regó y ahora te permite poder llevarlo a su mesa y comerlos.
Mientras nos convertimos en personas más ocupadas y con más responsabilidades vamos perdiendo la capacidad de asombro y contemplación, pero los niños y niñas no, siempre preguntaban y descubrían cosas nuevas, me recordaron esa parte y también en pensar en cómo todas las niñeces puedan crecer en espacios más inclusivos para ellos, a pesar de que el trabajo de la agricultura es duro, ellos pueden apoyar con algo, solo pensar en actividades que puedan realizar según sus capacidades.
Hacer agroecología con niños y niñas fue un gran reto, pero también se convirtieron en tardes llenas de buenos momentos, ver a alguien pequeñito haciendo su trabajo justo como es y ver sus ojitos brillantes cuando algo los maravillaba fue sumamente enriquecedor, además todos manifestaron sus deseos de regresar al huerto, su única condición era poder pasar más tiempo trabajando con las plantas cuando regresaran.