Año 2, número 15

Griselda Yanina Rodriguez Ibañez y Fernando Diego Guzmán

Hola nosotr@s somos del departamento San Martín, provincia de San Juan Argentina. Nuestro hogar tiene las características ambientales de un territorio del árido. Las precipitaciones son menores a 100 milímetros al año. Por lo tanto, la forma de producir nuestros alimentos es gracias a la nieve que se acumula en la cordillera, al descongelarse, en primavera-verano, esta agua es acumulada en diques (represas gigantes) lo que nos permite generar un control y a su vez una distribución del agua que irriga un valle de 100 mil hectáreas. El agua se distribuye por canales, arterias, que permiten que llegue a los principales cultivos que son en orden de importancia: la vid, el olivo y la horticultura. Es decir, que el uso y distribución del agua es clave para sostener cualquier actividad productiva. En ese marco ambiental se sitúa nuestro hogar, una finca de 1 hectárea que tiene derecho a 2 horas y 30 minutos para regar nuestros cultivos. Esta distribución se realiza una vez cada 10 días, por canales de tierra. Eso significa que la disponibilidad y el acceso al agua de riego es un factor clave para autoproducir nuestros alimentos.

Fotografía de Griselda Yanina Rodriguez Ibañez y Fernando Diego Guzmán

En esa hectárea coexisten varias especies, allí convivimos dos adultos y un niño de 10 años, 34 gallinas y 1 gallo, 3 perras, 3 gatos y 1 oveja, a la cual llamamos Burbuja. Tenemos una gran huerta, frutales, olivos y vid. Es decir que en esa pequeña superficie tratamos de utoproducir o que nos gusta, a su vez fomentamos que nuestro hijo Agustín crezca en un lugar lo más parecido a nuestros sueños. Claro que este sueño carga con ciertos privilegios, dado que ambos somos profesionales, nuestros ingresos no dependen de lo que producimos y ninguno se crio en una zona rural. Hacemos hincapié en esto porque no desconocemos las realidades de muchos de nuestros vecin@s que sí provienen de varias generaciones de peones rurales, que no tienen acceso a la tierra propia. Algunos son caseros y otros arrendatarios.

La historia de nuestro hogar transciende a nuestras vivencias como nuevos productores que deciden incorporar prácticas agroecológicas más amigables con el medio ambiente y con nuestras formas de consumo. En esta hectárea, nos interesa vivir en un ambiente en estrecho contacto con la naturaleza, además tener la posibilidad de autoproducir parte de nuestros alimentos, utilizando prácticas que preserven el equilibrio natural y nos ofrezcan productos de alta calidad alimentaria, sin la presencia de contaminantes.

Uno de nuestros emprendimientos familiares se llama “Huevos La Porota”. La Porota fue nuestra primera gallina, quien nos alimentó y contribuyó para que este hermoso proyecto familiar se nutra. Nuestras gallinas son criadas de manera saludable y alimentadas de
manera integral en nuestra finca. Gracias a ellas disponemos de huevos frescos permanentemente, además vendemos para disponer de dinero para la compra de alimento balanceado, hacemos trueque por otros alimentos como miel y nos encanta regalar a nuestras amistades. Sobre todo, para los cumpleaños.

Además de los huevos producimos circunstancialmente pollos para carne que consumimos en nuestro hogar. Otro emprendimiento que llevamos adelante es una huerta familiar, en ella producimos hortalizas de estación, que destinamos al consumo del hogar y también para regalar a nuestras amistades.

Las especies y principalmente las variedades que elegimos para cultivar son aquellas que tienen calidad culinaria y no necesariamente comercial como la resistencia al transporte y otros atributos que interesan para el acceso a los mercados. Aquí no nos interesa cuanto tiempo resistan luego de la cosecha, ya que las cosechamos cuando las vamos a consumir. Así comemos tomates con mucho sabor, pero que no podrían venderse en mercados distantes, pero que tampoco nos interesa venderlos como el cardo, que da mucho trabajo limpiar, pero que disfrutamos enormemente en el otoño e invierno. Los zapallos con un ciclo muy largo de producción, pero con el sabor más dulce que encontramos. Los repollos, brócolis, coliflor, rúcula entre otras tantas, además de contar con una diversidad de aromáticas que nutren nuestras prácticas culinarias como las agrícolas. Nuestros vecin@ comentan que nuestros alimentos son los más sabrosos que han comido en mucho tiempo. Y eso nos enorgullece.

En cuanto al manejo del agua es un tema central, como se mencionó en párrafos anteriores. No hay agricultura posible en nuestra provincia sin el aporte de agua de riego, y este riego requiere de un acuerdo permanente con nuestros vecin@s, ya que los canales son comunitarios y la limpieza debe serlo también. Los tiempos de riego están de acuerdo con la superficie, pero requieren de arreglos verbales, dinámicos a lo largo del año. Esto fuerza al diálogo y al acuerdo, podemos no acordar en muchas cosas con nuestros vecin@s, pero a los 10 días nuestras diferencias no tienen sentido, dado que nuevamente el agua llega y hay que distribuirla. El agua, es fuente de conflicto, pero también es el recordatoria de que vivimos en sociedad y que hay recursos comunes.

La huerta la regamos a través del sistema de riego por goteo y fertilizamos con el guano que sacamos del gallinero. A los frutales los regamos por manto y durante el invierno no reciben agua.

En nuestras prácticas culinarias cobra importancia alimenticia y nutricional la elaboración de mermeladas, dulces y conservas. De esta forma alargamos la vida útil de aquellos alimentos que nos gusta consumir a lo largo del año. Con la cosecha de higos preparamos mermelada, higos en almíbar e higos secos. Con hortalizas de la huerta también elaboramos conservas en vinagre, en algunas ocasiones con el tomate hacemos salsa y tomates secos, para construir nuestros mágicos guisos para el invierno.

Fotografías cortesía de Griselda Yanina Rodriguez Ibañez y Fernando Diego Guzmán

En esta historia de gustos y experiencias prevalece el amor y el respeto hacia nuestro entorno. Estamos convencid@s que no somos nada sino aprendemos a reconocer que somos parte de un todo.