Año 3, número 20

Palos Altos, Jalisco, México

Raíces de curiosidad

Quiero comenzar por mi niñez y mi percepción o recuerdos, que tuvieron ciertos impactos para que ahora me encuentre aquí, con estas reflexiones. En casa, mi mamá encargándose de todas las cuestiones del hogar, atendiendo/aprendiendo y cumpliendo el sueño de mi papá de continuar con un negocio familiar, una refaccionaria, a la que mayormente acuden los señores. Y la cereza del pastel …educando, la mayor parte del tiempo sola, a tres hijas y un hijo. 

Siendo yo la hija más pequeña de ese entonces. Mi papá, agricultor y ganadero, con unas rutinas laborales muy pesadas, aunque impuestas por él mismo, se iba a trabajar a sus parcelas antes de que saliera el sol y regresaba ya muy tarde; cuando nosotros, sus hijos, ya estábamos dormidos. Alguna que otra vez coincidíamos a la hora de la comida, pero siempre parecía incomodado, irritado, impaciente, etc. Mi mamá decía que no lo molestáramos, que no hiciéramos ruido, así que ¡él siempre solo!

Siendo aún pequeña yo soñaba y jugaba con mis muñecas a ser la mejor mamá del condado, amaba usar vestidos y ponerme en el cabello todos los prendedores, de vez en cuando también arreglarme el copete con las tijeras. Y también me encantaba andar corriendo, explorando y curioseando con mi hermana y hermano, aprovechando que mi mamá no nos tenía tan checados, nos salíamos de la casa porque como el rancho era pequeño, todxs nos conocíamos y ya sea que tocará ir a la cancha de fútbol que estaba detrás de la casa a recorrer caminos de terracería en bicicletas, donde era muy común ver parcelas de maíz, rodhex, tractores, maquinaria agrícola, corrales con vacas, caminos con arvenses y flores en los linderos.

Cuando yo tenía como cuatro años, mi papá se comienza a llevar a mi hermano al campo, que es tres años más grande que yo, diciendo que se tenía que enseñar, porque él es hombre. Mi hermana, un año mayor, siempre se quedaba llorando, diciendo que ella también quería ir a trabajar, pero mi papá alegaba que ella no podía ir, porque ella es mujer. Para este punto, mi hermana mayor y yo éramos las que no hacíamos tanto escándalo, mi pensamiento era que entre menos se me mancharan mis zapatitos y vestido con tierra, ¡mejor! Pero, después la lista de cosas que no podíamos hacer las niñas iba en aumento y la balanza no estaba tan equilibrada; cosa que nos empezó a incomodar a mi hermana y a mí. 

Reflexionando desde el “cómo debe ser”

Mi hermano podía recibir un poco de dinero por hacer actividades en el campo y nosotras no, porque eran “simples” quehaceres que no tenían tanta importancia y como no eran tan rudos, no merecían ser remunerados económicamente. Así pasaron varios años “normalizando, desequilibrando y olvidando” en donde iba en aumento un tipo de agricultura industrial, que no quería a las mujeres, porque las mujeres éramos más “delicadas” y aparte, que íbamos a entender de esos “temas de hombres”.

Aunque, sí había una plática cerca de la casa con algún extensionista/inge/agrónomo a la que asistiera mi papá o mis tíos; sin permiso, ni invitación, pero ahí llegábamos. Y aunque pareciera que solo estábamos jugando/corriendo en el lugar, también estábamos atentos a las frases que utilizaban. A lo que explicaban para después con más calma irnos a otro lugar y preguntarnos porque habrían dicho eso, o porque se rieron de algo si era tan grosero, o porque no había mujeres en el lugar y añorando que algún día fuéramos las primeras en estar ahí.

Después se cambió la dinámica, pues con la escuela, las tareas, los quehaceres de la casa, ya no me quedaba tanto tiempo para andar por la comunidad con mis hermanos. Fui aborreciendo la idea de vivir en el campo, porque ahí no cabíamos las mujeres, a menos que fueran las que querían servir a los hombres. Tampoco quería ir a las parcelas con mi papá, porque las pocas veces que íbamos era para hacerla de piones y “ayudar” a moler pastura para sus vacas o quitar acahuales a la siembra de maíz y escucharlo decir: ¡Ven, no es fácil andar en el campo trabajando! Aparte de los chiflidos/regaños por no hacer el trabajo rápido o como él quería. Y rematar con alguna mirada de desaprobación por parte de mi mamá, intentando decir ¡no hagas enojar a tu papá!, ¡no estés de floja!, esto solo hacía que a mí se me entumieran más las manos y hacer el trabajo más mal. 

Sembrando preguntas, cosechando respuestas

En la temporada que estuve en secundaria, Caracol Psicosocial nos invitó a mi hermana, mi prima y a mí, a asistir a unas capacitaciones ofrecidas en Guadalajara por la organización VIHas de Vida, buscando generar alianzas en diversos territorios del estado de Jalisco, estableciendo una cultura de respeto e inclusión frente a la realidad social del VIH. 

También, a los quince años me llegó una invitación de Caracol Psicosocial, para participar en un grupo de jóvenes que abordaran cuestiones ambientales en la comunidad, pensé que iba a ser los temas típicos de “tira la basura en su lugar” y otra típica escuela, pero como uno de los organizadores de las charlas era mi primo y siempre había estado acostumbrada a apoyar a la familia en todo momento y a no decir ¡no! por vergüenza a quedar mal, le dije que si quería participar. 

La primera reunión iba con las expectativas muy bajas y me sorprendí. Hubo muchas sesiones y entre ellas estaba la relación del grupo, las celebraciones, la organización, los espejeos con experiencias, el desespero, coraje, diálogo y sobre todo movimientos personales, familiares, comunitarios y regionales. Comenzamos a sembrar en pequeños espacios y observar como es cada tipo de planta, y aprender cuidados agroecológicos, entre otras cosas.

Como grupo (Colectivo JUXMAPA) nos dimos cuenta que a pesar de vivir en el campo y de estar rodeados de simbras, ninguno de los que estábamos ahí, había participado de lleno en la agricultura convencional. Me di cuenta de que hay muchas mujeres que se dedican a la agricultura, pero con visiones no tan ambiciosas, sino desde el cuidado, protección y el resguardo.

Se llevaron a cabo varios eventos donde hablamos sobre los efectos negativos que ocasionan los productos utilizados en el agroindustrial, mucha gente nos empezó a notar. Había gente que se burlaba del grupo diciendo que éramos los ambientalistas, otros más nos decían que, todo lo que decíamos era cierto, pero que mejor ya no anduviéramos diciendo nada porque había gente mala y muy poderosa que nos podría hacer mal. También hubo personas que nos invitaron a reuniones a hablar sobre nuestro trabajo con la intención de crear alianzas y no desistir en el camino. 

Participar siendo joven en la Red en Defensa del Maíz fue como estar en una ola de muchas emociones. Eran reuniones en ciertos puntos céntricos del país para hablar sobre la lucha y la resistencia por sembrar y tener una alimentación sana y digna. También, las personas que asistían me explicaban sobre la importancia y colores del maíz, sobre recetas, plagas, enfermedades y biopreparados. A estas reuniones asistían adultos y adultas indígenas, campesinos, investigadores y estudiantes universitarios de varios estados la república mexicana; donde varias ocasiones hice el comentario que todo muy armónico, pero que, ¿por qué había más hombres adultos, que mujeres, jóvenes, niños y niñas?, ¿por qué si se armaban comisiones solo se abalanzaban los vatos?, de esa forma, todo seguiría en la queja de que a los jóvenes “ya nada les interesa”, siendo que ni los toman en cuenta.

Las reflexiones de las niñeces para la agroecología 

En 2014 aunado a las acciones de JUXMAPA, un niño de la comunidad llamado Julián se acerca a las instalaciones de Caracol Psicosocial y dice que: para cuando se iban a realizar actividades con las niñas y niños, que él creía que muchos de sus amigos querrían participar, que, ¿por qué con los niños y niñas no se hacían actividades? si siempre eran los que participaban con más gusto. Sus palabras fueron creando varias reflexiones entre las personas que en ese momento nos encontrábamos asistiendo más al espacio de Caracol, ¿por qué querer sensibilizar a personas adultas que no querían escuchar ni cambiar sus modos? porque no, mejor, ofrecer espacios de aprendizaje agroecológicos, sanos, libres de violencia y juego a niñeces; que en un futuro puedan tener una relación más sana con su entorno. Que conozcan y se sientan parte de relaciones menos violentas, suelos regenerados, alimentos más sanos y diversos.

Las reflexiones que me dio la tierra para seguir cuestionando

En 2015, gracias a todas las reflexiones que había entretejido con demás compañeras y compañeros, investigadores, campesinas y campesinos de varios estados y con el grupo de niñeces; me anime a estudiar la ingeniería en Innovación Agrícola Sustentable en una de las extensiones del Tecnológico Nacional de México. 

Este espacio aporto mucha teoría, lenguaje técnico, un poco de practica y también desigualdad, ya que en ese entonces solo tenía puros maestros (hombres) adultos y algunos de ellos con ideas anticuadas; para algunos, era una pérdida de tiempo tener que explicar cosas “tan obvias” y de maneras muy educadas hacían comentarios como: “Es muy importante que para que vayan entendiendo la clase, también busquen información por su cuenta para que vayamos al parejo, porque parece que muchos de ustedes no les interesa el tema”

Esos mismos docentes perpetuaban muchos tipos de violencias y acoso, que provocaban que muchas compañeras se desanimaran de estudiar esa carrera, al principio éramos 10 mujeres y solo nos titulamos dos. A las mujeres siempre se nos ha dicho que no podemos estar en el campo y cuando lo volvemos a intentar, pero ahora desde un espacio de formación también se nos retacha diciéndonos que no estamos al nivel que se necesita. 

A pesar de que el nombre de la carrera aborda la sustentabilidad con el objetivo de que las y los estudiantes busquen opciones e ir reduciendo gradualmente el uso de agrotóxicos, se alienta a lxs jóvenes a buscar empleo en las empresas que promueven una agricultura de muerte.  En 2017, después de que en Caracol Psicosocial se comenzó una muy merecida campaña de desprestigio en redes sociales contra la fumigación aérea en la región, yo también opiné al respecto y mucha gente cercana de ese entonces, comenzaron a decirme que no solo se trataba de nombrar lo que estaba mal, sino también de dar soluciones. 

Me sentí muy comprometida a hacer algo al respecto. Así que, junto a mi hermana, mi papá y un tío, organice, gestione e invite a un ingeniero agrónomo del sur de Jalisco, al cual tenía mucho que no convivía con él, pero que me parecía que sería una buena opción que viniera a hablarles a los agricultores sobre su experiencia con Hongos entomopatógenos, lombricultura y Microorganismos. Fue una reunión agrícola intergeneracional muy significativa. Aparte los agricultores aceptaron utilizar los productos en sus cultivos de maíz, los cuales funcionaron muy bien y se fue corriendo la voz de que “el ingenierito” que había traído la hija de… como que si estaba funcionando. Más personas fueron preguntando por los productos o se acercaban al lugar para preguntar, las parcelas también se estaban tornando como espacios intergeneracionales.

El coordinador de la universidad donde estaba estudiando invitó al ingeniero a impartir una charla a los estudiantes, donde este señor me agradeció en público y dice que todo esto fue posible gracias a la invitación que yo le extendí; situación que me posiciona en la institución educativa desde otro espacio con más respeto por parte de los docentes. Con las semanas, las rutinas laborales, los contactos con gente de la región, las ofertas de trabajo y el exceso de alcohol de este vato se fueron extendiendo. Conforme esto fue sucediendo, me fui alejando de estos espacios, fue muy triste, queriendo resolver algo que no estaba en mis manos. Algo que comenzó con un enfoque de género, con una disminución gradual de agroquímicos resultó pisoteado por los meros machos. Pero me queda la satisfacción de que mucha gente sigue implementando esas prácticas aprendidas en ese tiempo.

En 2020 me convertí en mamá de mi primer hijo. 

En 2021 comencé a estudiar en el “Programa Interinstitucional de Especialidad en Soberanía Alimentaria y Gestión de Incidencia Local Estratégica” donde se realizaron acciones significativas en la comunidad, con un grupo integrado por niñeces principalmente, pero, también estuvieron abonando con algunas reflexiones las y los estudiantes de la ingeniería en Innovación Agrícola Sustentable y un grupo de mujeres de una comunidad aledaña. 

En 2022 me convertí en mamá de mi segundo hijo.

Mezclando el maternar dos chamaquitos, la depresión postparto, estudiar/trabajar, estar al frente de un grupito de 20 niños y niñas, tratando de dar lo mejor de mí. Hace un año, me invitaron a formar parte del equipo de docentes de la universidad donde estudié, soy la primera mujer docente que imparte materias de especialidad de la carrera.

No sé si llegué a este espacio para poner en alerta y a la defensiva a varios o para revolucionar y reactivar a los alumnos y alumnas que ahí se encuentran. Cómo docente me doy cuenta de la gran necesidad de contar con una red de contención; de la importancia de apoyar e impulsar a los jóvenes a echar a andar sus proyectos por experimentar, gestionar, acompañar, fomentar y equilibrar procesos agrícolas intergeneracionales sanos y dedicarles lo necesario, no solo las sobras de tiempo.

Guadalupe Lucero Sánchez Sánchez

caracolpsicosocial@gmail.com