Lizeth Sevilla, Alejandro Macías
Año 2, número 14
En el sur de Jalisco, tanto en Zapotlán el Grande como en una comunidad de la Sierra del Tigre llamada El Rodeo, hemos estado acompañando desde hace casi tres años un proceso de transición agroecológica en varias familias. El proceso ha sido paulatino, respetuoso, con idas y vueltas, riñas y fiesta. Así es la agroecología, un diálogo, un caracol que involucra procesos territoriales y de compromiso con la naturaleza.
En este caminar que nos ha atravesado a todos y todas (comunidad-academia) surgen actores sociales que han trazado otras formas de reflexionar la transición agroecológica: las niñeces, que, a través del huerto escolar y el juego, nos han enseñado sus sentipensares sobre sembrar, comer, ser guardianas y guardianes de semillas. Las y los niños nos cuentan cómo viven su huerto y sus procesos, el viaje que supone desde conocer una semilla hasta cosechar su fruto o las reflexiones que surgen cuando no brota nada.
De sus preguntas sobre de dónde vienen los alimentos que consumen y qué tanta noción tiene el entorno sobre la seguridad alimentaria nos han compartido algunas reflexiones, cada niño y niña construye su propia transición agroecológica, a veces con su familia, a veces con sus amigos y amigas, a veces acompañadxs por sus maestras, luciérnagas en este andar:
-“¿Por qué si los alimentos sembrados y cuidados con agroquímicos lastiman la naturaleza y nuestro cuerpo se permite su uso?
-“ Le conté a mi papá que los agroquímicos que tiene en la casa nos lastiman, pero no me cree porque soy niño”
-“Yo creo que los adultos [sus padres, productores o jornaleros ] si saben que los agroquímicos son malos, me pone triste que sabiendo sigan usándolos, no quieren hacer composta”
-“Yo tengo una enfermedad porque por mi casa pasan fumigando los aguacates que tienen los vecinos, cada rato me fumigan, si eso nos hace daño ¿por qué lo hacen? ¿No quieren a los niños?
El huerto escolar y las sesiones en Pitenzin. Escuelita Agroecológica para niñas y niños han abierto una ventana para una generación, quizá la última de niños y niñas con un bosque en peligro por la agroindustria, una generación que ha construido reflexión sobre la protección de la naturaleza, el cuidado de semillas, la importancia de la agroecología para sabernos seguros y seguras con los alimentos que llevamos a nuestra mesa. Se suma a la reflexión no solamente tener alimento, sino que este alimento no nos enferme, ni los modos de producción del entorno que produce alimento que no se consume en la región a costa de ríos, bosques, flora endémica y fauna, así como la salud de las niñas y los niños.
Una agroecología sentipensada desde la niñez es urgente, desde la filosofía que ellas y ellos construyen cuando están en contacto con la naturaleza. Y también la escucha activa de la adultez que necesita conectar en algún momento con estas generaciones que nos hablan preocupadas y el mal llamado desarrollo también nos ha desconectado de lo esencial. Producir para acceder a capital, producir a costa de la vida, incluso de las y los nuestros o replantear la posibilidad de regresar a la raíz.