Miguel González Lomelí

Para mi amigo Jesús Madera
(Para celebrar el Festival del maíz criollo “raza Jala” en Coapan, año 2021)

En la aldea de casas sencillas y toscas empieza un día más. Yyali entra a la suya llevando en sus manos unos pequeños elotes recién cortados en su huerto. Los deshoja y aparecen los  granitos relucientes de frescura como si fuesen gotitas de agua prendidas al olotito.

Los desgrana y empieza a molerlos en la piedra que tiene dispuesta, a la que llaman metate. En eso entra Tolki, el hombre de la casa, y al contemplar el trabajo que realiza la mujer se queda pensativo y, tomando en sus manos un elote no mayor que uno de sus dedos, lo mira, le da vueltas, algo está tratando de descubrir en esa pequeña maravilla que la mujer encontró más pequeña aun hace ya varias lluvias.

Y es que la mujer, andando un día en el campo junto con otras mujeres y algunos chicuelos, encontraron un gran conjunto de una planta que les llamó la atención porque crecía en junta con otras muchas formando espesos mazos. Sus hojas eran finas y largas, pero lo más interesante fue que en la punta de cada planta crecía una espiguita y en cada huequito de la espiga se veía un pequeño grano de color amarillito. Pero ahí no terminó la sorpresa de Iyali y sus acompañantes. En esa ocasión, de momento aparecieron unas grandes aves que bajaron desplegando un plumaje de un intenso color pardo, emitiendo una serie de gritos potentes como para llamar la atención de las mujeres, picoteando las espigas para luego retirarse satisfechas.

En otra ocasión vieron unas aves muy bellas de color azul intenso que parecían más amistosas y como que querían comunicarles algo. Las aves se posaron sobre las débiles cañitas doblándolas casi hasta el suelo y empezaron a picotear la espiguita y a comerse aquellos granitos que contenían; una de ellas, la más hermosa, la de plumaje más abundante e intenso tomo un granito en su garra y voló hacia donde estaba el grupo de mujeres no lejos del sitio y como si tuviera la intención, dejó caer la semilla a sus pies.

Iyali, que era la más aguzada de las mujeres pensó; “este animalito me quiere decir algo, tal vez me dice si yo puedo comer esta semilla tú también puedes comerla”. La levantó y le sacudió  un poco el polvo; la masticó y la encontró un poco dura pero con un sabor dulzoncito muy agradable al paladar. Les comentó a sus compañeras su descubrimiento y todas se fueron hacia las matas y empezaron a cortar espigas y a comer los granos.

Muy contentas, porque además llevaban unos toscos canastos repletos de aquellas frutas amarillas y agridulces (guayabas) que tanto les gustaban, Iyali les dijo: “llegando a la aldea le vamos a platicar a Tata Pilo lo que nos pasó con estas aves”.

Cuando llegaron a las casas se dirigieron todas al calihuey (templo, casa de todos), afuera estaba el Tata preparando un gran tocado con plumas azules precisamente.

-Tata, Tata -exclamó Iyali- Encontramos los pájaros azules y mira lo que nos han enseñado a comer, estos granitos que comen ellas y no saben mal, lástima que no puedas comerlos, Tata, están duros y tú ya no tienes dientes”.

El Tata sintió alguna molestia por su comentario que, aunque era cierto, siempre que se lo dicen a alguien causa una incomodidad. Pero con una voz apacible les dijo: “Hace unas pocas noches tuve un sueño donde esas aves estaban con el Gran Espíritu que les decía: vayan y enseñen a los hijos de la tierra a comer estas semillas que yo he creado para ustedes pero que les va a hacer mucho bien a ellos  para que crezcan con salud, fuertes e inteligentes. De modo que estas semillas son un regalo de nuestros dioses que nos las mandan a través del ave azul (urraca)”.

Luego idearon molerla en sus grandes metates para comerla más fácilmente. A alguna mujer se le ocurrió mezclarla con agua para tragarla más fácilmente. Así, se dieron cuenta que se convertía en una masa que podían moldear con las manos, y de ahí a pensar que la podían poner al fuego en el comal sólo hubo un paso.

Y de este modo se creó la tortilla y los numerosos alimentos que se preparan con el maíz que, miles de años después, siguen siendo el deleite de todas y todos los mexicanos.