Año 3, número 20
Palos Altos, Jalisco, México
Me gustaría preguntarte, asumiendo que estás en tu etapa adulta, ¿qué era lo que jugabas cuando tenías 5 años?, ¿En dónde jugabas? Y la pregunta más significativa, ¿qué fue lo más especial de jugar? ¿Consideras que el juego en las niñeces ha cambiado con el tiempo?
Cuando hablamos de juego, nos remontamos a una actitud que puede que en años no hayamos tenido: despreocupación, relajación, espontaneidad, magia, etc. El juego es el medio por el que conocemos el mundo, es el medio y fin con el que nos relacionamos. Jugar es una necesidad para las niñeces y a nosotros, como adultos, nos corresponde cuidar y propiciar espacios donde el juego se pueda llevar a cabo, no solamente en cuestión geográfica sino en condiciones y experiencias.
¿Qué tan rica es la experiencia de jugar con el celular en comparación a jugar en la huerta?
En el proceso mismo del juego, transformamos los elementos a nuestro alrededor, de tal manera que podemos integrarlo en nuestro ser. Así, a la par, transformamos el espacio y territorio para apropiarnos de él. El maíz puede convertirse en gigantes y es en esa capacidad de imaginar, que creamos y en esa creación hay una conexión emocional. Desde esa conexión es que conectamos con nuestro espacio, el maíz ya no únicamente es una planta, tiene poderes y ya hay una relación con él. Es a través del juego que forma parte de nuestro mundo, de nuestras estructuras mentales. Y es en esa relación que aprendemos a cuidar e involucramos a las niñeces en su espacio.


Los espacios de cultivo, así como la agricultura, están principalmente asociados a una actividad para adultos por la relación que tiene con la productividad. Sin embargo, vincular a las niñeces en la agricultura y con su territorio, es una oportunidad para cultivar sentido de pertenencia e involucrar a las niñeces en la comunidad que les pertenece. Las niñeces que crecen en espacios rurales merecen ser parte de los espacios rurales que les rodean, habitarlos, jugarlos, opinarlos, porque es el territorio que también les pertenece.


Jugando con niñeces en la milpa, llegamos a reflexiones que en ningún otro momento o espacio podríamos haber llegado; reflexionamos sobre los ciclos de la vida, la cadena alimenticia, el cuidado, las malezas y buenezas, la colectividad, “esperanzar” y mucho más. Aprendizajes que no habrían sido significativos o especiales si no hubieran sido en la milpa, si no hubiera habido arañas en las mazorcas y saltamontes viajando de calabaza en calabaza. Asumir que los espacios rurales son únicamente para producir, les quita un valor como territorio, porque se convierten en espacios de trabajo y no en espacios de vida. Esta relación también se puede observar con el valor que le damos al juego; solo lo consideramos importante en tanto a su productividad.
Un ejemplo es como los juegos en la escuela, que son para aprender algo formalmente, que solamente será valioso si se recibe la información, no por ser juego en sí mismo. Que las niñeces jueguen en el territorio les involucra a la comunidad, a la par que la comunidad se involucra con ellos, porque en comunidad cuidamos la milpa y es un trabajo en equipo de generaciones que se une con un mismo propósito, a la par nos cuidamos.
¿Dónde jugarán las niñeces si no es en su territorio? ¿Cómo se involucra a las niñeces en su territorio si no es desde el juego? Situar el juego en un territorio rural es reconocer que hay niñeces, que existen y que forman parte de, no solo desde el trabajo. Jugar con las niñeces siendo adultos también nos trae una ganancia. No encuentro una mejor palabra, porque cuando jugamos nos relajamos, las preocupaciones no tienen el foco de nuestra atención, hay un descanso activo, nuestra creatividad vuela y practicamos la libertad.
Las niñeces, por su curiosidad de conocer el mundo, nos invitan a cuestionarlo, reflexionarlo y transformarlo. Cuando jugamos en la huerta con las niñeces, nos invitan inevitablemente a cuestionarla, reflexionar y transformarla, porque entonces la huerta ya no solo tiene una función productiva, sino también un sentido de pertenencia. Porque entonces, no es que como adultos tengamos cosas que enseñarles a las niñeces sobre la huerta, sino que la huerta tiene mucho por enseñarnos y el juego es la invitación para hacerlo, invitándonos a jugar también.
Mariana Nuño Delgado
caracolpsicosocial@gmail.com