Año 3, número 16

Sofía Margarita López Navarro

Hace menos de un año no conocía la palabra agroecología ni la ciencia que tiene detrás. En enero de este año me propuse a explorar las oportunidades que me llevarían hacía el camino que elegí. Realmente me sentía perdida, desde hace mucho tiempo y aun me cuesta encontrarme. 

Me pregunta el psicólogo, ¿Qué es lo que necesitas a tus 23 años? Me cuesta pensarlo, veo la pregunta como algo que me gustaría tener “una casona donde pueda tener mi huerto” le contesto, se ríe y me pregunta de dónde sale mi lado campesino “realmente no lo sé, quizás fue mi abuela materna la que me enseñó sin darme cuenta”.

Crecí en la región Sur de Jalisco en un pueblo lleno de tradiciones y que a pesar de ser una ciudad mantiene su esencia pueblerina, en mi Tuxpan aún se puede acceder con facilidad a distintos lugares llenos de naturaleza y delegaciones pequeñas que se llenan de fiesta. Así soy yo, soy como el lugar que crecí y que poco cuestioné, mirar el paisaje era como mirar una perfecta pintura hasta que comencé a cambiar mi mirada. 

Mi primera disyuntiva fue decidir qué estudiar, como muchas jóvenes egresadas del bachillerato, una elección que para ese momento parece marcar para siempre tu futuro y que con lo poco que nos autoconocemos tenemos que tomar. Una disyuntiva mental, porque en mi decisión pensaba más en satisfacer a otros que a mi propio sentir. Cuando me inscribo a periodismo comienza mi historia llena de crisis y reconstrucción personal. 

Recuerdo que el momento que comencé a ir a terapia estuvo lleno de miedo; me sentía muerta en vida y no me había dado cuenta, fue ahí cuando comencé a cuestionarme y aceptar que estaba completamente perdida, sentía mucho coraje, era una persona enojada con una actitud indoblable y mi retención de información cada vez era más insuficiente, hay muchos momentos que olvido, pero una reflexión que siempre tengo presente es cuando el psicólogo me cuestionó por que no escribía de los temas que me interesaran a mí, que me afectaran a mí, más allá de solo causarme curiosidad. 

Aplicar acciones a aquella reflexión fue complicado, ¿Qué es lo que me interesa a mí?, ¿Qué me gusta hacer? Los viajes, la comida, la naturaleza. Una respuesta muy sencilla que cambió mi vida, ahí me encontré con los temas ambientales que comenzaron a formar la identidad que he ido construyendo y a la par a disfrutar de lo que hago.

Hace unos días una buena amiga que también es parte del proyecto de transición agroecológica me dijo: la vida te va acomodando en el lugar y con las personas adecuadas para ti. Recuerdo que en marzo me acerqué a colaborar en la gaceta agroecológica Teocintle, con mucha esperanza y sin nada a cambio y lo que he recibido es indescriptible para mí.

En un contexto como el de Jalisco y la región sur, comenzaba a discutir sobre los monocultivos, algo de mí sabía que había algo mal ahí pero no sabía el qué, tampoco si había otra forma de producir. Cuando me incorporo a la gaceta agroecología hago clic, era la pieza en mi rompecabezas mental que me hacía falta. 

En la agroecología encontré una solución social y ambiental para los problemas que nos aquejan en la actualidad, pero también aprendí la importancia de cuidar y cuidarnos, la bondad de la tierra y las plantas, la paciencia de las personas, el reconocimiento de las mujeres, el espacio de las niñeces y una motivación de converger con personas que resisten desde sus diferentes acciones. Diversidad fue lo que descubrí. 

Cuando voy a la comunidad y observo a las señoras que participan recuerdo a mi abuela: su necedad, su forma de hablar y cómo le encantaban las plantas. Me veo a mí y aunque aún batallo todos los días con encontrarme, estar aquí me ha dado un sentido y un camino que seguir para continuar construyendo el mío.