Año 2, Número 9
Autor: Jesús Abraham Mora García
En la actualidad hay narraciones de tiempos lejanos que al escucharlas pueden parecernos fantásticas o irreales, estos fragmentos de antiguas tradiciones religiosas hoy reciben el trato de mitos, fabulas y cuentos, pero lejos de ello, se tratan de elementos propios de la historia sagrada de algunos pueblos mesoamericanos, que han sido despojados de ella por la imposición de la religión y cultura hegemónica tras el colonialismo y posteriormente el establecimiento del estado mexicano, historia sagrada que en la actualidad es llamada mitología debido a que los procesos racistas de castellanización, occidentalización, aculturación y mestizaje contra todo elemento vivo de los pueblos indígenas terminó por distanciar a la población de la antigua cosmopercepción para acercarla hacia el pensamiento eurocéntrico blanco.
Por lo anteriormente mencionado, es pertinente afirmar que tales narraciones no son inventos u ocurrencias del pasado, sino que fueron un conjunto de explicaciones basadas en la consciente observación de la realidad y su entorno, misma que era interpretada a partir de símbolos y representaciones culturales propias, que al regir además con sus enseñanzas el comportamiento humano consigo mismo y con la naturaleza conformó los aspectos sagrados, rituales y religiosos de cada sociedad.
Todos los elementos narrativos representaban aspectos de la realidad, siendo explicada a través de una compleja simbología, desde los elementos de la vida más sacralizados hasta los más cotidianos, tal es el caso de una bebida que transitaba entre ambos, conocida en náhuatl como octli y en castellano como pulque.
El pulque ha sido objeto de una historia controversial, pasó de ser una bebida sagrada, la alegría otorgada a la humanidad por las antiguas deidades, a ser un símbolo de lo profano, estigmatizado por la religión impuesta y las clases socioeconómicas dominantes. Sin embargo, su sacralidad se ha resistido al olvido: aún hay productores que preservan la ritualidad de su producción tradicional, así como hay consumidores que antes de beberlo ofrecen honores a la tierra derramándole un poco, mientras que otros en toda circunstancia evitan derramarlo para no ofender a tan sagrado néctar, pero de cualquier manera se coincide en sostener la jícara con ambas manos al beberlo como signo de respeto, agradecimiento y devoción.
De la misma manera existen aún símbolos clásicos de las culturas mesoamericanas que son relacionados con el pulque y que tienen origen en su historia sagrada, siendo algunos de los más representativos los correspondientes a las narraciones de la cultura nahua del centro del país: el tlacuache, aquel mítico animal que entregó el fuego a la humanidad y fue el primero en extraer el aguamiel del maguey para beberlo durante los tiempos originarios, por lo que es el representante por excelencia de los tlachiqueros, así como uno de los mayores benefactores de los seres humanos al brindarle dos grandes bienes aun a pesar de su propio bien: el fuego, aunque haya quemado el pelaje de su cola y el pulque, aunque haya caído en la alcoholismo.
El conejo, recordando aquella entrañable historia donde su tarea es guardar el pulque en la luna, vertiéndolo en ella hasta llenarla, pero cuando ha terminado, el tlacuache sigilosamente le hace un agujero por donde lo bebe hasta vaciarla obligando al conejo a repetir su trabajo, dando origen a los ciclos lunares, fundamentales en los conocimientos agrícolas tradicionales.
Sin olvidar que los cambios de ánimo de las personas al estar bajo influjo del pulque se atribuían a los cuatrocientos conejos, hijos de la deidad del maguey Mayahuel, cada uno con una personalidad diferente que poseían a quienes bebían pulque, de manera que, según el conejo que lo dominaba sería el ánimo y personalidad que recibía la persona durante el estado de embriaguez.
Y qué decir de Mayahuel, la joven que buscando crear la bebida para dar alegría a la humanidad escapó de su abuela, la terrible tzitzimitl, uno de los seres femeninos descarnados que cada noche intentan devorar el sol. La joven partió en compañía de Quetzalcóatl, la deidad serpiente emplumada y héroe cultural del pueblo nahua, pero su abuela la persiguió hasta encontrarla escondida en la forma de un árbol y cortando sus ramas acabó con su vida, creyendo haber fracasado Quetzalcóatl sepultó sus restos pero de ellos nació el maguey, de manera que Mayahuel se transformó en una deidad y entregó a la humanidad su leche materna como el néctar de la alegría, el pulque, viviendo desde entonces en cada maguey, otorgándole a esta planta un profundo carácter sagrado.
Los simbolismos propios de los relatos narrados recibieron en el pasado un celo religioso similar al que se otorga a los objetos más sagrados de las religiones actuales.
Sin embargo, esa simbología del pulque, relevada al ámbito de lo profano y fantasioso, está presente en los lugares donde se consume como parte de la iconografía ornamental y en tantos casos nunca se ha ido del todo de la mentalidad de productores tradicionales y consumidores de poblaciones con estirpe mesoamericana que siguen identificando en el pulque una bebida sagrada que propicia el encuentro entre personas, animales y la propia tierra, manteniendo viva aquella relación de los tiempos primordiales donde la humanidad no se encontraba enajenada de su naturaleza e incluso mantenía una autentica comunicación con los animales y la tierra, de quienes aprendió a leer sus signos y de donde derivó la historia sagrada.