Año 3, número 16
María del Rosario López Solano
El sentir que perteneces es lo que te incita a volver, es aquello que te mueve, que te hace buscar los medios para abrir con la llave de tus ojos los recuerdos en escenas que te activan la conciencia y restauran tu inocencia.
Es importante para mí la reflexión que nace del análisis de las nuevas vertientes filosóficas que surgen en las escuelas de un pensamiento crítico y reflejan en la actualidad puntos de acción e investigación científica frente a una gama de problemas de diversas índoles, generados a raíz de los modelos de producción agrícola extensionistas y rapaces, proponiendo estrategias puntuales en miras de un cambio profundo en estos sistemas, que fungen como unidades de producción de alimentos, que en esencia deberían ser sanos y seguros para el consumo y nutrición de la población.
Porque es así como nace el modelo multidisciplinario que se plantea como bases fundamentales, tres objetivos básicos estructurados que en sinergia mejoran a través del tiempo los sistemas productivos que han sido fragmentados, comenzando por los núcleos familiares que poco a poco pueden extrapolarse concibiendo comunidades fuertes, estos objetivos son de carácter, social, ambiental y económico. Este modelo multidisciplinario al que se le ha dado revuelo con el nombre de “agroecología” se vuelve todo un reto tanto en campo, como en el estudio de los entornos de influencia. Pero bueno todo lo anterior es una reflexión que nace después de lecturas profundas en diversas áreas del conocimiento, que encapsuladas en líneas concretas nos permiten materializar en frases y textos lo que se cocina en las unidades de formación académica.
Durante el proceso de aprendizaje que me ha permitido adquirir el acompañar familias en el en el sur de Jalisco hacia la agroecología, he reafirmado mi postura ante la importancia de volver al núcleo, posicionarse con los pies en la tierra y entrar en la dinámica de escuchar y abrir diálogos, desde la experiencia que la vida nos va otorgando, con prisa o con calma pero que siempre vamos añadiendo.
Soy originaria de Ciudad Guzmán, Jalisco uno de los pilares del alardeado gigante agroalimentario, el color verde de los campos y los tonos azulados de los cerros que rodean el valle fueron sin duda elementos importantes que siempre entraron por mi vista y recrearon escenarios que en mi mente nunca cambiarían, pero años más tarde, el valle con sus supuestas lagunas plastificadas, causaba en mi mente que comenzaba a forjar las bases de la reflexión, enfado y desespero por querer encausarme en alguna solución que de preferencia fuera inmediata.
Varios años más tarde bajo mi formación como agroecóloga me seguía incitando a enfrentar la realidad de las mecanizadas formas de producir lo que realmente deberían de ser alimentos y es así como mi curiosidad que con frecuencia suele posicionarme en un sitio de efervescencia permanente, voltee de nuevo a mi terruño y es así como por azares del destino que desde un principio trae guía, leo sobre el trabajo de transición agroecológica que se está llevando a cabo en el sur de Jalisco, entro y tengo la oportunidad de conocer las realidades emergentes, para después participar dentro del proyecto: Transición agroecológica en la agricultura de pequeña escala en tres regiones agrícolas de México, reconociendo las realidades duras, crudas, que tumban esquemas e ideologías predeterminadas y nos hacen pensar en nuevas estrategias de acción que en ocasiones pero es curioso ver que no avanzan por situaciones que podrían parecer pequeñas se trasforman en barreras que requieren mucho más que solo las ganas y la efervescencia para ser resueltas.
Sin embargo, es gratificante y esperanzador sentir cómo este tipo de proyectos que nacen en núcleos de investigación te permiten reconocer y reencontrarte durante su desarrollo social, con mentes inquietas que desde sus trincheras y sus reflexiones siempre van apostado por la reestructuración de la praxis, proponiendo cambios en ejes de complicado acceso para los individuales pero que en colectivo permiten ser punta de lanza hacia un objetivo permanente; la autonomía en la producción alimentos sanos y apropiarnos nuevamente de nuestro sentido de identidad y pertenencia hacia el territorio. Finalmente, confluyo en ese mismo sentido con la idea de que un cambio en las maneras de producir forjan un camino de resistencia, resiliencia, carácter y desaprendizaje continuo, por lo que el monitoreo y registro en ambos rubros cualitativos y cuantitativos nos escarifican el proceso de varias transiciones simultáneas, a diferentes niveles y dimensiones lo que nos muestran modificaciones y hasta nuevas metodologías de investigación e incidencia reales a las necesidades que dictaminan las estrategias para abordar con el mayor éxito las sinergias entre los actores sociales y el trabajo coordinado de campo, lo anterior para mí se presenta como un reto de vida permanente no en pos de la deseada agroecología si no en el recuerdo del sentido de pertenencia e identidad.