Abad Aispuro
El Grullo, Jalisco

Siempre recuerdo el huerto de traspatio que mi madre y mi padre tenían adonde quiera que nos mudáramos, dentro de los municipios El Limón – El Grullo. Tengo vagas memorias de que él (hace casi 50 años), ya entonces, hacía compostas de hojas y estiércol de ganado, y ella, siempre recolectaba frutos de las plantas y árboles del patio, o bien, silvestres. Sembraban hortalizas diversas, zanahorias, cebollas, rábanos, cilantro, entre otras. Cómo amaban la tierra y cómo trabajaban con ella para obtener alimento; mi mamá sigue con ese amor por las plantas. Supongo que de ahí viene mi interés por la botánica, esa curiosidad de conocer la flora nativa de la zona, sus usos múltiples, ya sea como alimento o de forma medicinal.

En el año 2011, después de haber estado fuera por un tiempo, tuve la fortuna de regresar a El Grullo. En ese tiempo, me di cuenta que en la región se habían conformado algunos grupos, particularmente de mujeres, quienes trabajaban a manera de cooperativas, ofrecían diversos productos, desde tortillas hechas a mano, café de mojote (Brossimum alicastrum), café, galletas, frutos de temporada, frutos transformados en dulces y hasta productos para la higiene personal.

Pude observar que en la región había un tipo de movimiento, al cual se le estaba dando importancia, que, para mí, después de años de ausencia, era nuevo. Fue cuando, por mera casualidad, adquirí un producto (para el cabello) en una tienda donde productores regionales dejaban sus mercancías para venta, y pensé, quizás yo pueda hacerlo, claro, no era tan sencillo, pues, aunque tenía memorias del uso que le daba mi mamá al fruto, no sabía cómo procesarlo.

Me aventuré a hacerlo sin más experiencia que el interés por el uso de las plantas, comencé a fabricarlo y me fui al centro a venderlo. Para mi sorpresa, alguien me reconoció y me invitó a unirme al tianguis de productores regionales que se daba cita una vez al mes. Este grupo de productores, no solamente se reunían para vender, pero también, lo hacían para compartir con las y los compañeros productores; además, llevaban a cabo una práctica de intercambio (trueque), costumbre que ahora reconozco y entiendo, pues este tipo de actividad, me llevó a entender que, precisamente, el trueque, es una manera de economía, y que en este grupo se podía mover mercancía sin necesidad de dinero.

Posteriormente, por invitación, me incorporé al tianguis de productores que se lleva a cabo en el Centro Universitario de la Costa Sur, me di cuenta que había más productoras y productores en otras regiones del estado y del país; quienes, de alguna manera, oponen resistencia al sistema y fortalecen una economía solidaria entre productores a pequeña escala, trabajan la tierra y ofrecen mercancía directo del productor al consumidor, lo cual se transforma en beneficios socioecológicos.

Aún sigo en estas redes, compartiendo, haciendo trueque, tratando de mantenerme a flote, ofreciendo mis productos, que, mayormente, se elaboran a base de plantas y frutos regionales, como una manera de utilizar lo que la vegetación nativa nos comparte y, que, además, siento, que esto no se hubiera dado de la manera que es, si mis progenitores no me hubieran transmitido el amor por las matas, como ellos les dicen.