Norma Helen Juárez

En la literatura y diálogos sobre las mujeres y su importancia para impulsar una agricultura sustentable, poco se ha dicho sobre las mujeres que nos acercamos al campo desde la investigación con el interés por el estudio de los procesos de cambio hacia una agricultura sustentable. Mi compromiso como académica por el estudio y promoción de la agroecología, no se entiende sin las memorias de mi infancia. Cuando niña esperaba impaciente las vacaciones para ir a mi pueblo a jugar con mis primos en la parcela de mi abuelo. Comíamos elotes asados al pie de la parcela, subíamos a los árboles y desde ahí podía ver los campos de maíz, las calabazas, los árboles frutales y el arroyo que corría limpio junto al camino que llevaba a la plaza.

Aunque el resto del año me encontraba en Guadalajara, el espacio más familiar para mí después de la escuela, era un puesto de jitomates y cebollas de mi querido tío- abuelo a quien siempre llamé “Papá”. Este lugar fue el sitio en donde aprendí mucho del arte de la comercialización de alimentos frescos. Aprendí a apreciar el trabajo del vendedor y su importancia como un filtro para llevar al consumidor productos en óptimas condiciones.

Desde aquel tiempo ya se escuchaba hablar sobre las problemáticas del campo. Mi tío fue campesino en su juventud, y con apenas dos años de estudios, entendía bien el nivel de abandono del campo y conocía la forma en que las nuevas políticas neoliberales afectarían al campesinado. Crecí escuchando sus preocupaciones sobre la vida del campo y su crítica constante a las políticas de gobierno que no reconocían la importancia del pequeño agricultor. El discurso del progreso no valoraba los saberes de los pueblos campesinos e imponía la industrialización del campo como única vía posible para su desarrollo. A cada retorno a mi pueblo natal, podía apreciar cómo aquel bello lugar de mi infancia se iba deteriorando rápidamente. Tarde que temprano estas experiencias de la infancia tomarían otro sentido y serían el impulso que me llevaría a mirar y admirar a aquellos hombres y mujeres que estaban en su día a día haciendo acciones de resistencia para frenar la degradación del entorno natural al rechazar el modelo agroindustrial. En los últimos años, mi colaboración con colegas investigadores preocupados por el daño en la salud que está provocando la contaminación por uso de agroquímicos de los niños y niñas del campo, me ha mostrado que la problemática nos está superando, que estamos llegando tarde en la implementación de alternativas para recuperar la salud de la tierra y nuestros cuerpos.

El sueño de una vida digna y saludable para los trabajadores del campo, para la tierra y quienes dependemos de ella, es la inspiración que sostiene mi compromiso por dedicar mis días al estudio de los procesos de cambio hacia la sustentabilidad, el comercio local y formas sustentables de existir. El deseo de sumar a un cambio me lleva a mantenerme tanto en labores de investigación, como en acciones concretas que permitan promover la producción y comercialización de alimentos sustentables, fuente de salud y bienestar para todos, y en especial, para garantizar la salud de nuestra infancia.

Fotografía: Leticia Magaña